¡Mira la nueva tecnología que inventé! – Wow, se ve genial: ¿Cómo se llama? – No sé – ¿Y para qué sirve? – Tampoco sé – ¿Cómo lo inventaste? – Solo se me vino a la mente y lo hice – Ah! Entonces no es Tecnología, ¡eso es arte!
¿Cuántas cosas tenemos en nuestro entorno productivo que no producen nada? ¿Cuánto software se encuentra en nuestros equipos que lucen como un cuadro colgado en la pared y jamás tocamos? ¿Cuántos equipos sub-utilizamos diariamente? ¿Cuánto cuesta ese “arte” que adquirimos solo para decorar?
Es natural que un “producto tecnológico” contenga una diversidad de funcionalidades que le permiten captar un target tan amplio que le aporte viabilidad comercial, y por ende, económica.
Pero ha prelado tanto esa premisa a medida que avanza la producción tecnológica y se proliferan las fuentes, a un ritmo tal vez mayor que los propios fines, que cuando adquirimos una tecnología, la parte que nos interesa realmente puede representar menos de un 30% del “paquete” adquirido. Y aún así, aunque nos interese un 30%, posiblemente estamos utilizando el 10% y con la esperanza de explotar el otro 20%. Por supuesto, el vendedor nos ofreció el 120% y qué ofertazo, por tan solo unas pocas monedas más, te llevas un elefante morado!
¿Quién crees que es el culpable de esto? pues, nadie más que nosotros mismos que seguimos seleccionando por tradición y por no romper el “go with the flow” de las grandes marcas.
Es nuestro deber diario comprometernos con la aplicación de la “mejor” tecnología para nuestros fines. Y, considerando que la tecnología no es más que un medio, no se debe confundir la “mejor” con la más cara, la más nueva, la más popular, la que está más de moda, ¡ni la que todo el mundo usa!
Lo bueno de todo esto es que la tecnología, buena o mala, tiene una vigencia más o menos corta, por lo que la solución puede ser más cómoda y rápida que cambiarse de vivienda o de vehículo.
Lo que podemos hacer es evaluar nuestro nivel de utilización de los recursos tecnológicos con los que contamos, e identificar las brechas con un simple cuadro de hoja de cálculo (de Google Docs, por ejemplo) y hacer una lista de los Recursos tecnológicos, sus funciones, su capacidad y una estimación de corazón de cuánto lo pudiéramos usar más y mejor. Nada muy técnico, solo de sensibilidad, y lo más importante de todo, qué hacer, por ejemplo:
Recurso tecnológico: Correo electrónico
Función: Gestionar la mensajería de correos electrónicos.
Capacidad: Automatización del orden de correos en carpetas y categorías.
Nivel de uso: 5% (Casi nulo)
Qué hago: Ver un video tutorial del software que estoy usando sobre la automatización del orden de los correos recibidos y enviados, y seleccionar dos o tres técnicas para comenzar a practicar.
Revisión: Configurar una alarma (También en el gestor de correos, y también poco utilizado) para que me recuerde en 1 mes y pueda revisar mi progreso y mi energía hacia la evolución de este aspecto.
Ejercicios tan simples como este, en temas de tecnología, marcan la diferencia en un impresionante y sorprendente nivel.
Por mi parte, hoy estoy des-aprendiendo a programar (modo tradicional) y aprendiendo de nuevo en tecnologías Web! ¡Juro que es más difícil des-aprender!
Y cuando adquieras más tecnología, piensa de una vez qué vas a hacer de ella, o hazle un espacio en la pared!
Lcdo. José Mendoza – Director en IPF Aslan